lunes, 17 de marzo de 2014
Naked Lunch (El Almuerzo Desnudo)
Libro: W.S.Burroughs
Dir: David Cronenberg
Quiero que escribas unas palabras en mí... palabras que te dictaré. La primera frase es: “La homosexualidad es la mejor tapadera que un agente pueda tener”. Oh, vamos, Bill, ¡no seas tan marica! Dame fuerte. Hazme daño… Me encanta…
Libro: W.S.Burroughs
Dir: David Cronenberg
Quiero que escribas unas palabras en mí... palabras que te dictaré. La primera frase es: “La homosexualidad es la mejor tapadera que un agente pueda tener”. Oh, vamos, Bill, ¡no seas tan marica! Dame fuerte. Hazme daño… Me encanta…
domingo, 16 de marzo de 2014
"Creo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada de los astros
y que la hormiga no es menos perfecta ni lo es un grano de arena...
y que el escuerzo es una obra de arte para los gustos más exigentes...
y que la articulación más pequeña de mi mano es un escarnio para todas las máquinas.
Quédate conmigo este día y esta noche y poseerás el origen de todos los poemas.
Creo en ti alma mía, el otro que soy no debe humillarse ante ti
ni tú debes humillarte ante el otro.
Retoza conmigo sobre la hierba, quita el freno de tu garganta. “
Walt Whitman
y que la hormiga no es menos perfecta ni lo es un grano de arena...
y que el escuerzo es una obra de arte para los gustos más exigentes...
y que la articulación más pequeña de mi mano es un escarnio para todas las máquinas.
Quédate conmigo este día y esta noche y poseerás el origen de todos los poemas.
Creo en ti alma mía, el otro que soy no debe humillarse ante ti
ni tú debes humillarte ante el otro.
Retoza conmigo sobre la hierba, quita el freno de tu garganta. “
Walt Whitman
viernes, 14 de marzo de 2014
Ser cortés, honrado, orgulloso sin arrogancia, solícito sin palabras insulsas; satisfacer con frecuencia las pequeñas voluntades cuando no nos perjudican, ni a nosotros ni a nadie; vivir bien, divertirse sin arruinarse ni perder la cabeza; pocos amigos, quizá porque no existe ninguno verdaderamente sincero y que no me sacrificara veinte veces si entrara en juego el más ligero interés por su parte.
“From now on will be total organization. Every muscle must be tight.” TAXI DRIVER (1976)
“And it was like for a moment, O my brothers, some great bird had flown into the milkbar. And I felt all the malenky little hairs on my plott standing endwise. And the shivers crawling up like slow, malenky lizards and then down again. Because I knew what she sang. It was a bit from the glorious 9th, by Ludwig van.” A CLOCKWOR ORANGE (1971)
“Come play with us, Danny.” THE SHINING (1980)
“And it was like for a moment, O my brothers, some great bird had flown into the milkbar. And I felt all the malenky little hairs on my plott standing endwise. And the shivers crawling up like slow, malenky lizards and then down again. Because I knew what she sang. It was a bit from the glorious 9th, by Ludwig van.” A CLOCKWOR ORANGE (1971)
“Come play with us, Danny.” THE SHINING (1980)
jueves, 13 de marzo de 2014
Sin título.
de Marco Spaggiari
-Necesito Aniquilarte.- Dijo
Enrique prendiendo un cigarro.- Borrarte. No es nada personal, Claudio.-
-No, me imagino- Respondió Claudio, tirando una sonrisita, siente lástima por Enrique pero nunca se lo
dijo.
-Espero no te moleste que
empiece.-
-Para nada, siéntete cómodo.-
Asintió Claudio- Pero antes de que empieces..¿Porqué?
-Porque te amé demasiado-
Dijo Enrique tartamudeando y con la frente sudada- Y ya no puedo vivir más con
tus recuerdos, pensando en vos cada noche, cada instante. Pienso en lo que haces,
con quien te relacionas, si te reís, si lloras, ya no quiero eso para mí.-
-Ah, comprendo.- Claudio,
miró hacia el suelo y sonrió levemente. Extendió los brazos y relajó sus
cejas.- Si lo necesitas…-
Enrique, se quito el sombrero
y el saco, le transpiraban las manos y sus enormes labios oscuros le temblaban.
Observaba a Claudio y se peinaba el cabello. No sabía como empezar.
-No dudes Enrique.-
Y ahí no más, Enrique junto
fuerzas y abrazó profundamente a Claudio.
Luego de un par de minutos.
Claudio le palmeo la espalda y lo alejó, despidiéndole para siempre.
Tu pollera.
de Marco Spaggiari
Hoy apareciste como si nada.
Sentada en mi cerca blanca,
abrazaste al sol. Y soltaste una sonrisa.
Te hipnotizó, el aroma de mis
jazmines. Y el rojo de mis Rosas.
Y te hundiste, de espalda al
pasto. Escondiéndote entre la tierra.
Intente romper mi silencio,
cantándote un tango.
Pero siento que no podes
oírme
Que no te interesa. Estas
demasiada ocupada en tu felicidad.
Escondido en mi pequeñez,
dejé que bailaras con el
Jacarandá, que llora cada vez que te vas.
Es feo, barrer sus lagrimas
todo el tiempo.
Porque yo no se bailar como
lo haces vos.
Ni tampoco sonreír.
El tiempo pasó tan rápido.
Tan inverosímil.
Que no me avivé. Y te perdí.
Te transformaste en noche, en
Luna, en sed.
Llamo a mis amigos.
Para contarles todo.
¡Que verborrágico que me
ponen tus labios!
Ellos, en su inocencia
maldita.
Se ríen y me palmean la
espalda.
Los entiendo, y me entristece
que ya no crean en el amor.
Otra vez a hablar con las
sombras.
Otra vez, a pronunciar tu
nombre entre sabanas.
A soñar con vos.
Todas las tardes, desde la
primera vez que te vi
Te espero.
Con mi chaqueta roja, para
que haga juego con tus labios.
Pegado a la reja que siempre
nos divide y nos aleja.
Y no hay caso.
Solo venís, cuando las flores
se expanden y el sol sonríe.
Ahora canto mis tangos solo.
Buscándote en barrios
extraños.
Y entre muchas otras.
Lucho contra todos esos
pensamientos,
Que me obligan a olvidarte.
Por eso agarró la bici
oxidada y gritando tu nombre a las
estrellas,
Salgo en tu búsqueda
frenética.
Y pasé mis límites, y mi
barrio.
General Paz de por medio,
Emprendo la búsqueda.
Pero cuando te encuentro
Vos estas feliz, bailando una
chacarera desafinada.
Moviendo, al ritmo que
imponen las flores, tu pollera negra.
Y me quedo.
Sentado en un costado, sin
molestarte.
Observando tus pies, que
vuelan libres.
Y aun sigo sin poder
hablarte.
Y aun sigo barriendo las
hojas del jacarandá.
Esperando, a que la primavera
traiga al sol.
Esperando a que las flores
crezcan.
Esperando a que te aparezcas
con tu remera a lunares y tu pollera negra.
Arturo
de Marco Spaggiari
Arturo se paró frente a un
semáforo.
Llevaba puesto un sobretodo
marrón, que había heredado de su padre, y unos enormes zapatos negros.
Siempre odió esos zapatos.
Peinó su bigotito unas
cuantas veces y al cabo de estar satisfecho paró un taxi.
-Hasta Retiro..- dijo con su
voz apresurada.
Todo andaba bien.
Arturo siempre fue un tipo
tranquilo, amable y muy educado.
Portaba una enorme cabeza
sobre sus hombros, en todos los sentidos de la expresión.
Bueno para los negocios y
para el amor, aunque con sus ya 55 años, no creía mucho en él.
Luego de media hora de
recorrido, el taxista le indicó, por donde tenia que entrar, para tomarse los
micros.
Alberto, agradeció, como
siempre lo hizo y se bajo del auto en un solo movimiento.
Extendió su mano, que luego
la apoyo sobre su frente sudorosa y contempló la inmensidad de la estación.
Agarró de su bolsillo, luego
de una respiración profunda y ruidosa, el pasaje que lo transportaría a su
ciudad natal.
Y Alberto se echó a llorar.
Enfrente de todos, enfrente de todas.
Después no supe nada más.
Pero me imagino que andará
bien.
Kurupi
de Marco Spaggiari
Allí estaba, erguida y
monumental, la enorme casa de la que hablaban mis abuelos. Rodeada de enormes
árboles frondosos, a la orilla del río Mandubí-ra. Hace años que vengo
explorando las enormes selvas del Paraguay y por fin, después de una larga
expedición, me encuentro a los pies de mis sueños.
Tenía un enorme techo a dos
aguas, cubierto de paja y enormes enredaderas que colgaban desde los árboles
aledaños. Un enorme farol de hierro negro, alumbraba, a luz de vela, una
extraña puerta de madera tallada, con extrema prolijidad, y cuidado. Las
ventanas, que no eran muchas, tenían una forma circular y sus vidrios de
colores maravillaban mis ojos, y los de mis compañeros.
Era un día fantástico, el sol
brillaba con tenacidad, golpeando el lomo del río haciéndolo resplandecer. El
sonido de los pájaros y de las JU`I* , generaban un coro perfecto, ensayado.
Antes de embarcar para esta
misión éramos veinte hombres y dos mujeres, guías exploradoras. Siendo el
capitán de la compañía me dispuse a dividir las tareas en grupos pares. Que
luego de acabarlas, nos encontraríamos en un punto determinado y volveríamos
para analizar los hallazgos . Ese punto era el cerro León, a doscientos veinte
kilómetros de aquí. Aún no veo el humo en el horizonte y van tres semanas bajo
el cuidado de la humedad Sudamericana.
Mojados, y con hambre, la
guía y traductora, Iracema, me propuso entrar inmediatamente a la casa, y
resguardarnos allí un tiempo.
Para ser un gran Líder
siempre tienes que escuchar a tu gente, aunque tengas miedo, aunque pienses que
es erróneo, si haces lo que la gente dice, la gente te apoyará
incondicionalmente, no voy a aclarar, que se debe poner un filtro a esto
también.
-Esta bien- dije yo, con un
tono seguro y espeso- estaremos los días que hagan falta para recuperarnos. Estamos
sucios y hambrientos. Merecemos un descanso bajo techo. Que los hombres entre
primero a asegurar de que no haya ninguna alimaña suelta que pueda lastimarnos.
¡En marcha!.
La sonrisas de mis compañeros
brillaban en medio de la selva, decididos, rifle en mano, tumbaron la enorme
puerta tallada y entraron de prepo a la instalación.
El silencio abrumo a los
hombres de anchos hombros y en sus ojos negros se reflejó la imagen del horror.
La casa por dentro era todo
de adobe, y madera. Las sillas, los muebles, todo era de un barro rojo y
quebradizo. Había cuadros antiguos y artefactos de origen desconocido,
cacharros decorados con engobe y óxidos, plumas que colgaban de pequeños hilos
en las paredes. Insectos enormes pululaban en la cocina, comida podrida y demás
calamidades.
Pero lo que más impactó a mis
hombres y a mí, fue lo que estaba apoyado encima de la mesa: Una extraña
escultura de arcilla, de rasgos humanoides, con las piernas cruzadas en forma
de loto y la cabeza metida entre las piernas. Los brazos flacos y largos, se
alzaban por encima del matorral de cabellos arcillosos, sosteniendo, entre
gordos y enormes dedos una enorme ave con las alas extendidas.
Nadie quiso acercarse, todos
mis hombres, fundidos en sudor y lagrimas, desesperados gritaban un nombre
originario de estas tierras: KURUPÍ-
-Hemos hecho enojar al
espíritu- gritaban mis hombres aterrados, algunos se defecaban del miedo- hemos
destruido su hogar, su tranquilidad fue cercenada por nuestro egoísmo, ahora,
Kurupí junto con sus hermanos y primos nos mataran, violarán a nuestras
esposas, y a nuestros hijos, comerán su carne.-
Las voces seguían aumentando,
los hombres desgarrando sus cuerdas vocales enloquecían del miedo. Todos
estaban enfermos del miedo, salvo Iracema y yo.
Iracema caminaba despacio
entre los cuerpos retorcidos y sudorosos de sus compañeros. Mostraba una
increíble serenidad en sus ojos negros, como si en ese espectáculo asqueroso e
insoportable, el amor flotase de aquí para ya, embadurnando cada esquina de la
casa.
Ella se paró frente a la
figura de barro y se quitó la camisa blanca que llevaba puesta hace ya más de
una semana, dejo expuesto, al aire denso del terror, sus senos firmes y oscuros
tranquilizando así a los pobres hombres cagados de miedo.
-Soy virgen- Dijo Iracema con
vos tranquila- ningún hombre jamás ha puesto un dedo en mí.
El silencio fue atroz, los
hombres dispersos en el suelo húmedo me agarraban las piernas, en busca de una
protección irreal. Yo apenas podía sostener la respiración, mientras sentía que
las gotas de sudor caían por mi entre pierna.
Nunca, vi semejantes tetas.
Ella se terminó de desvestir,
su piel era sueva, se notaba su juventud, su vitalidad. Al desnudarse por
completo, nos miró a todos y sonrió.
-Kurupí, despierta-.
I
La reina de tetas negras, gritaba a viva voz, con fuego en
la garganta, palabras que no entendía. Escondida entre las llamas azules,
bailaba al son de un compás monótono e hipnótico. Yo observaba como el sudor
caía por su cuerpo oscuro y ferozmente delicado, marcado por enormes cicatrices
de guerras o amores pasados.
Embobado por las perlas que colgaban de sus pezones erectos,
me sumergí en la cólera profunda y fatua de mi pasión por las mujeres, y decidí
dar rienda suelta a mi anatomía.
El fervor de la fiesta que me rodeaba era tal, que mis
brazos se soltaron de mi cuerpo, declarándome la independencia, y obligándome a
pararme, a unirme a los danzantes rabiosos, hijos de la noche.
Jamás observe semejante festín lujurioso. Los cuerpos
divagaban por la tierra, perdidos entre cantos y sombras. Guiados, por la
sensual voz de la diosa negra.
La luna nos observaba con ridícula sutileza, escondida, en
lo más profundo de su oscuridad.
Hombres y mujeres, de todas las edades, mezclados en una
pasta pegajosa y erótica, me muestran una coreografía desenfrenada, a la cual
me tenía que acoplar, según ellos, para así poder ver a los “Azules”, seres
míticos, a los cuales estos hombres adoraban como sus Dioses.
Con la cara pintada con barro, me sumergí, sin pensarlo, en
las aguas oscuras de la danza y sin dejar de observar a la reina, comencé a
bailar.
Paso a paso, mi cuerpo entero cedió frente al gigante
frenesí y largue una carcajada. Todos, en coro, me contestaron con otra. Hacía
mucho tiempo que no me sentía tan feliz.
Un humo violeta emergió desde las entrañas de la fogata, que
se extendía dos metros hacia el cielo, la mujer de dientes de oro y ojos
celestes, tocó su sexo, moviendo velozmente sus tetas negras y enormes,
generando un sonido estridente que superó cualquier tambor, cualquier risa.
-¡Ahí vienen!- gritó en un castellano con pequeños dejos de
portugués.
Alcé la mirada y mi alma se estremeció por completo. La cara
manchada comenzó a drenar un sudor espeso, mis pupilas se achicaron y el brillo
de lo que parecía un avión inundó mi cara. Literalmente me estaba defecando del
miedo.
Comencé a observar la peculiar y excitante situación y
comprendí, que era el único que permanecía de pie. La voz de la reina, que por
cierto jamás olvidaré por las noches de soledad, escupió mi nombre, obligándome
a arrodillarme. Un ruido ensordecedor, nubló mi juicio, mareándome. En eso una
voz amplificada:
-¡Señor Álvarez! ¡Señor Álvarez!, ¡Por fin lo encontramos!-
Todos los seres me observaron, de reojo, manteniendo la
reverencia.
Una enorme escalera descendió echando humo, desde el costado
derecho de la nave y unos hombres con uniforme azul bajaron de él. Todos
portaban unas armas que reconocí enseguida.
Al darme cuenta de lo que estaba sucediendo, recompuse mi
cabeza y corrí hacia la selva que nacía detrás de mí, sintiendo como me caía el
pis por las piernas.
Marco Spaggiari
lunes, 10 de marzo de 2014
Sigo sin ver absolutamente nada. La oscuridad, que rodea mi
cuarto, es tan tangible como infinita.
Me sumerjo una vez más en las aguas profundas de Lovecraft.
Y recuerdo.
Te recuerdo.
Pagina tras paginas, mis ojos bailan con la tinta del
amarillento libro.
Monstruos endemoniados y Ángeles perversos caminan por mi
mente.
Suelto un suspiro.
¿Dónde estarás mañana.?
¿Con quien?.
Me éxito al recordar.
Luego vuelo a las paginas dobladas.
Intento atravesar el desierto de mis sábanas heladas, y
llegar hasta mi sexo.
Tal vez sea mejor que lo deje al azar. Y no hacerlo por
necesidad.
Aun soy adolescente.
Cierro el libro, pero abro muchas puertas en mi cabeza.
Ya tengo que dejar de escribir.
Voy a necesitar las manos.
Marco Spaggiari
Suscribirse a:
Entradas (Atom)